1 de febrero...
Esperarte fue gris oscuro, pues no esperaba nada de ti más allá de tu llegada, y esta se dilataba a medida que los minutos se iban, el tiempo pasaba casi tan aprisa como caían las hojas de los arboles gracias a las fuertes brisas de la tarde, el reloj marcaba las 6:30 cuando por fin llegaste, te busque entre la multitud, con una mezcla de curiosidad e impaciencia en el pecho, hasta que de repente, aquel gris oscuro se tornó azul, un azul algo grisáceo, cristalino, como el agua de un mar en el cual mi mirada se ahogó al encontrarse con la tuya. Inmerso en tu sonrisa pícara, navegando en el misterio del color de tus ojos, sin pensar que aquella tarde, toda mi paleta de colores iba a cambiar.
El tiempo pasó y la noche se posó sobre nosotros, y en un rincón de aquel bar, Verte sonreír fue amarillo, radiante, cegador e inesperado, escuchar tu voz fue rosa, algo dulce, adictivo y envolvente, descubrir cómo piensas fue esperanzador y fresco como el verde menta…y así, transcurrieron, no una ni dos, sino siete horas a tu lado, siete horas llenas de colores brillantes que hace tiempo no veía, pero cuando no aguantamos más y nuestros labios se entrelazaron en un beso profundo y carnal, todos ellos se resumieron a uno, un color que engloba todo lo que me hiciste sentir, uno que es capaz de describir las sensaciones y sentimientos más intensos, tanto buenos como negativos, en tu caso todo fue peligrosamente perfecto, perfectamente ROJO…
Un color que hace hervir mi sangre cuando me miras, que mancho aquel 1 de Febrero a las 6:30 de la tarde cuando después de tiempos innombrables de pernotar entre grises y pasteles, llegaste tú, tan vibrante e intenso, tan seductor e inquietante, tan tú…tan Rojo escarlata.